Antoñito, el farero

Antoñito, el farero

La figura de “Antoñito, el farero” resulta tan carismática y entrañable en Fuerteventura que un colegio público de la localidad de Corralejo lleva su nombre.

Por Rosario Sanz Vaquero. Fotos C. M. Anaya

Nacido en 1913 en la isla de La Graciosa y tras pasar algunos años en la de Alegranza, en 1936 recaló en el islote de Lobos como torrero auxiliar y en este entorno paradisiaco transcurrió la mayor parte de su vida. Allí residió con su mujer, allí nacieron dos de sus hijos y hasta 1968 no abandonó su puesto de torrero, siendo el último habitante habitual del islote.

ARCHIVO MI PUEBLO LOBOSAños después, el prestigioso médico don Arístides Hernández desgranaba en una entrevista diversas anécdotas que le habían sucedido en el ejercicio de su labor en la isla majorera. Y una de las más entrañables fue la de Antonio Hernández Páez (el verdadero nombre de “Antoñito”) encendiendo una hoguera para avisar a los vecinos de Corralejo de que su mujer, Juanita, se había puesto de parto. Tras diversos avatares para llegar lo más rápido posible al islote, comprobaron que la recién nacida (Carmen) sonreía ya en brazos de su madre ante un orgulloso padre que agradeció la presencia del doctor y sus ayudantes, entre ellos, María Santana, la partera de la localidad.

El torrero hablaba de vez en cuando de cómo era su vida diaria (se desvivía por el faro y por limpiar la zona del “puertito” en unos momentos difíciles), de cuando tuvo que auxiliar a unos náufragos y de mil cosas más. El islote fue vendido en varias ocasiones y ante los intentos de convertirlo en un entorno turístico de primer orden, con hoteles, tiendas y restaurantes, Antoñito siempre respondía con una frase que se hizo popular: “que lo dejen cómo está”.

Era tan conocido que su fama llegó a la península porque incluso acudió a “La Clave” (el programa de José Luis Balbín), donde se le preguntó por sus artimañas para hacer frente a la soledad. “No parar de hacer cosas” fue su respuesta.

Y no paró. Al final el islote fue declarado Reserva de la Biosfera y Antoñito abrió un restaurante donde servía una suculenta paella, pescado frito (recién pescado) y ensalada. El burro Fermín era muy conocido entre los turistas, porque al parecer podía abrir con los dientes botellines de cerveza (sin tragarse las chapas). No faltaban las fotografías, y algunas de ellas decoran todavía sus paredes encaladas al más puro estilo marinero. Como si de una familia se tratase, los hijos y nietos que siguen regentando el negocio te recuerdan que se come “a las dos” y que el menú sigue siendo el mismo: si se acaba el arroz (lo que sucede a menudo) te queda la opción de los peces y la ensalada.

Tras la jubilación de Antoñito, se automatizaron los mecanismos del faro y ya no hizo falta la presencia de torreros permanentes en el islote. En 1999 uno de sus nietos recibió en su nombre la medalla de plata de los Premios Importantes del Turismo, otorgados por el Gobierno de Canarias.

Falleció en 2001 y aún hoy podemos leer su nombre en la vela de un barco durante las competiciones que se celebran en Corralejo.

Publicado en la Revista Mi Pueblo edición impresa nº 088 
Enlace para leer la revista https://issuu.com/mipueblofuerteventura/docs/revista_mi_pueblo_fuerteventura_88

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Historia de dos lobos solitarios

Historia de dos lobos solitarios

Allí se yerguen como dos lobos solitarios, atesorando cientos de historias por escribir…

Por Rosario Sanz Vaquero. Fotos C. M. Anaya. Para la Revista Mi Pueblo

Enclavados en la costa norte de Fuerteventura, los faros de Martiño (islote de Lobos) y del Tostón triangulan con sus señales marítimas, junto al de Pechiguera (Lanzarote), el conocido como estrecho de la Bocaina, que separa las islas más orientales del archipiélago canario.


Faro de Martiño (islote de Lobos)

Faro de MartiñoDesempeña un importante papel en la vigilancia marítima de la costa nororiental de Fuerteventura y está considerado además como una construcción de interés arquitectónico y cultural. Separado por apenas una milla de la localidad de Corralejo, la travesía para llegar a su pequeño puerto no sobrepasa los treinta minutos.

Su construcción estaba prevista en el Plan General para el alumbrado marítimo de Costas y Puertos de España e islas adyacentes, aprobado por una Real Orden de 13 de septiembre de 1847, que diez años después serviría de referente para elaborar el Plan General para el alumbrado en las Islas Canarias.

Fue diseñado por el ingeniero don Juan León y Castillo y tardó cinco años en construirse: teniendo en cuenta que tanto los trabajadores como el material tenían que llegar en barca, hubo que construir también viviendas para el personal y el avituallamiento y aljibes para almacenar agua.

Un ejemplar del periódico “El Omnibus” reproducía en abril de 1861 una nota de “El Eco del Comercio” en el que se decía textualmente: “…ha sido aprobado el proyecto definitivo de las obras de construcción del faro de 6º orden que ha de establecerse en punta Martiño (Isla de Lobos). La subasta deberá verificarse el 17 de mayo próximo y la cantidad que servirá de tipo para la misma es la de doscientos sesenta y dos mil quinientos setenta y siete reales, sesenta y dos céntimos…”.

El faro de Martiño, que se inauguró en el año1865, se erigió sobre el cerro y la punta del mismo nombre, con una altura de 29 metros sobre el nivel del mar. Alcanzaba nueve millas, abrazando todo el estrecho de la Bocaina, desde Punta Gorda (extremo septentrional de la isla de Fuerteventura). Su luz, roja fija, era entonces de segundo orden. Más tarde pasaría a emitir dos destellos blancos cada 15 segundos, visibles a 14 millas náuticas. Tiene una torre cónica amarilla (con una linterna octogonal blanca) unida a una vivienda en la que fueron residiendo los distintos fareros.

El primero en pernoctar en el faro fue el conocido ingeniero don Juan León y Castillo, nacido en Gran Canaria y cuyo nombre se prodiga en muchas calles del archipiélago. Se quedaba a dormir cuando iba a supervisar el proyecto. Más tarde, bajo la casa que sería el alojamiento de los sucesivos fareros y sus familias, se construyó un aljibe que garantizaba el suministro de agua recogiendo la lluvia proveniente de la azotea.

El Eco del Comercio” volvía a informar en noviembre de 1866 de que “costó 24.061 escudos 571 milésimas, en esta forma: 21.987 con 930 el edificio y 2,073 con 641 el aparato. La circunstancia de hallarse en un punto enteramente desierto hizo mayor el coste de sus obras, tanto por ser más caro el material necesario, cuanto por tener que ser mayores los jornales de los operarios”. El motivo por el que se hablara de escudos y no de reales es que muchos de los encargos se hicieron a Portugal.

Al principio, el camino desde el muelle hasta el faro se hacía a pie. A partir de 1936, la llegada del célebre “Antoñito, el farero” (don Antonio Hernández, 1913-2001) contribuyó a que la distancia se pudiese recorrer en su carro, tirado por burros majoreros. Busto de Josefina Plá C.M. Anaya. Revista mi Pueblo

Quedaron registrados en distintos periódicos de la época nombramientos de torreros como don Leopoldo Plá Botella, que llegó a la isla en 1902 como torrero de tercera. Fue el padre de Josefina Plá (Isla de Lobos 1903-Asunción, Paraguay 1999), prestigiosa escritora e intelectual que nos dejó memorables poesías sobre su relación con el mar y el faro en el que había nacido.

También trabajaron como fareros en Lobos don Pedro Vinué (1903) y don José Martínez Cánovas que, según el diario “El Progreso” en su edición del 5 de abril de 1907, “prestó servicios accidentalmente y tomó posesión como torrero suplente”.

En 1910, los fareros que trabajaban en Lobos recibieron una gratificación de 25 pesetas por su ayuda a los náufragos de la barca “San Antonio” (así lo refería el diario “La Opinión” de tres de junio de ese mismo año).

Residió también en Lobos don José Rial Vázquez (1988-1973), periodista y cronista de viajes que aprobó las oposiciones como oficial de farero y fue destinado al faro de Martiño en 1913. Permaneció tres años en la isla y al marchar escribió la novela “Isla de Lobos” (1926) y “Maloficio”, en la que hace una dura crítica social de la vida de los majoreros y de las duras condiciones en las que vivió en el islote junto a su mujer y su hijo.

En 1988 el Ministerio de Obras Públicas destinó una partida de tres millones de pesetas para la rehabilitación del faro.

Redondean la nómina de personajes ilustres asociados a Lobos el escritor Alberto Vázquez Figueroa, que nació en Santa Cruz de Tenerife en 1936, nieto de torrero, cuya madre vino al mundo en el faro de Martiño. Vivió allí también hasta los 17 años, junto a su padre farero, el insigne maestro y pedagogo don Federico Doreste Betancor (1886-1948). Y don José Antonio Rial González, escritor, dramaturgo y periodista que a los dos años se instaló con su familia en Lobos ya que su padre era marino. Nació en San Fernando (Cádiz) el 21 de abril de 1911 y falleció en Carcas (Venezuela) el 17 de noviembre de 2009. Empezó a estudiar para convertirse en perito mercantil pero su vocación derivó hacia la carrera náutica.

Como dato curioso, el único naufragio documentado se produjo al siete de diciembre de 2007.

Faro del Tostón

Faro del Tostón. Cotillo.Foto Revista Mi PuebloSe encuentra emplazado en el extremo noroccidental de la isla de Fuerteventura, en un lugar conocido como Punta Ballena, a tan sólo cinco kilómetros al norte del pueblo de El Cotillo. Tardó seis años en construirse y contaba también con una pequeña vivienda adosada. Fue inaugurado en 1897, treinta y dos años más tarde que el de Martiño. Baliza el denominado bajo del Tostón y su primer equipo, un aparato de quinto orden, comenzó a funcionar con una lámpara de petróleo. Su luz era fija y blanca y alcanzaba las nueve millas náuticas en condiciones normales.


En 1923 la linterna fue sustituida por un destellador de acetileno que llevaba incorporada una válvula solar. A partir de esta fecha, alcanzaba ya las doce millas y cada diez segundos emitía dos destellos blancos.

Los problemas comenzaron cuando se descubrió que no tenía buena visibilidad porque al alcanzar tan sólo seis metros y medio de altura, apenas si se divisaba bien la linterna que sobresalía por la azotea del edificio y muchos barcos se desorientaban en días de tormenta.

Fue en 1955 cuando se decidió construir una nueva torre, esta vez de 13,25 metros de altura y de sección octogonal. Los avances técnicos de la época aconsejaron dotarle de una óptica aeromarítima y una instalación de acetileno con un tambor dióptrico en el horizonte. Con estas hechuras entró en funcionamiento el 24 de septiembre de 1963, cuando ya no residía nadie en el edificio.

Pero tampoco resultó suficiente… así que en 1985 se levantó una tercera torre según la tipología normalizada con que el Ministerio de Obras Públicas diseñó los faros a partir de entonces. Era de hormigón armado, alcanzaba los 37,30 metros de altura y entró en funcionamiento al año siguiente. En esta ocasión, la linterna emitía destellos blancos con un ciclo de ocho segundos y su alcance era ya de 14 millas náuticas. En el nuevo faro se puso la misma óptica del antiguo, con una instalación de energía solar con destelladores.

Como dato curioso, hay que reseñar que, al ser también hijo de torrero, en el Faro del Tostón nació circunstancialmente Agustín Pallares Padilla en 1928. Escritor e investigador de diversos aspectos de la isla de Lanzarote, se graduó como técnico de señales marítimas y fue torrero en la vecina isla de Alegranza.

En la actualidad, el recinto-vivienda acoge el Museo de la pesca tradicional, donde algunos paneles ubicados en el exterior y en la antigua casa del farero explican detalles de la navegación pesquera, la carpintería de ribera, los jayos (residuos de madera y boyas procedentes del mar), la devoción de los pescadores, la vida doméstica, los chinchorros, los procedimientos tradicionales, los pescados majoreros, la carnada, el marisqueo, la conservación y la venta de lo pescado… La importancia, en suma, que ha tenido el arte de la pesca durante siglos para la alimentación de los habitantes de Fuerteventura

Publicado en la Revista Mi Pueblo edición impresa nº 088 
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