Cartas al cartero. Las formas

Cartas al cartero. Las formas

POR: Paco Santos. para: Revista Mi Pueblo Fuerteventura

Discreto custodio de esta correspondencia íntima:

Qué curiosa expresión es ésa de “guardar las formas” para referirse a la buena educación, a la compostura en los modales; o sea, lo que comúnmente se denomina “saber estar” (fórmula no menos metafísica que la primera).

Parece que se pierden las formas, amigo mío. Y nada menos que en el sacrosanto hemiciclo donde los representantes del pueblo velan por la democracia (que la pobre, la democracia, digo, no acaba de madurar, y aún no se la puede dejar que salga solita a la calle, y es menester llevarla de la mano y sonarle los mocos con decretos-ley, y tal). Y a mí eso de que los escaños se pueblen de diputados que pierden las formas me parece cosa fantasmal; que se los imagina uno desvaneciéndose en humo como el genio de la lámpara (o sea, de la urna).

La cosa viene de que se metieron para dentro una horda de “piojosos” (así los llamaron, y al parecer esas sí son formas) a quienes sus mamás y sus papás no les enseñaron que cuando alguien lleva corbata, por mucho que haya robado, hay que alabarle su honorabilidad; y cuando luce un Louis Vuitton, por más que haya endeudado a los ciudadanos, hay que aplaudirle los servicios prestados; y cuando se sienta en un trono, a pesar de que ampare a una estirpe de rufianes, hay que elogiarle el buen gusto prostibulario; y cuando carga con la cruz y con la mitra, aunque despedace infancias sobre sus rodillas, hay que postrarse.

Lástima que tan sanas costumbres se estén perdiendo en nuestro país, más o menos desde aquel veinte de noviembre tan lejano. Y es que nada mejor para las buenas formas que los buenos uniformes. Y no puedo dejar de acordarme de esa escena de Amanece que no es Poco, cuando un guardia civil con talante pedagógico nos imparte una lección de formalidad:

"Lo de dar guantazos es un esquema muy sintético que conviene utilizar poco y utilizarlo bien. Casi en plan poético, diría yo: ¡Guas! ¡Guas! Como algo prodigioso. ¿Tú me entiendes?"

Yo le entendiendo…

Cuidando las formas con usted tanto como se merece, se despide el inquilino de:

c/ El Médico de los Corderos, nº 8 (semisótano).
Puerto del Rosario.
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Cartas al cartero. Fanáticos

Cartas al cartero
Fanáticos

Por: Paco Santos. para: La Revista Mi Pueblo Fuerteventura

Mi amigo y confesor:
En las fechas tan señaladas que se avecinan (señaladas por los anuncios de perfumes y por el gentío en los comercios; espero que no todos con la intención de comprar perfumes, por el bien de mi membrana olfatoria) me invade un higiénico paganismo.

He observado dos fenómenos coincidentes en estas fechas, uno de los cuales me inquieta, mientras que el otro me sosiega:
Me inquieta que el bombardeo publicitario de las navidades parezca haber descartado los juguetes como munición obsoleta. Ya no se ven anuncios de juguetes. Lo que me da que pensar que a los niños han dejado de gustarles, o que a sus padres ya no les interesa comprárselos, porque es más cómodo regalar al benjamín la play para que se entretenga solito, y no tener que participar en sus juegos ni fomentar su imaginación; y además se libra uno de la molestia de que el crío se relacione con otros críos y formen una pandilla de amigos, que de ahí a la kale borroka hay una paso.

Por otro lado, me sosiega el escamoteo progresivo de lo clerical en todo el tinglado navideño. Y por más que en nuestro Estado aconfesional la Iglesia siga rugiendo dentro del Congreso con más fuerza que los leones de la entrada, creo que es salutífero para las futuras generaciones que cada vez resulte menos evangélico el paripé de estos días (lo que tampoco me lleva a dar mis bendiciones a la fiesta actual del consumo, pero es tema aparte).

En algún vertedero del olvido se amontonan los juguetes que ya no pide ningún niño, con un dios de Lego (que viene a ser el juguete roto de los obispos). Todas las navidades los curas se piden a dios para estas fechas, pero al igual que el resto de los mortales sólo reciben perfume (al menos será incienso o mirra).

La creencia en dios constituye en sí un germen de fanatismo. Cualquiera que proclame <<creo en dios>>, lo que viene a decir larvadamente es <<más te vale creer en mi>>, pues irremediablemente dios se erige como la Verdad única e incuestionable. Todos los nombres de dios conducen a la hoguera.

Jesús fue un judío más fanático que los otros profetas que en su misma época y en su misma tierra pugnaban por el puesto del mesías. La paz y el amor que se promulgan en estas fechas jamás hubieran alcanzado el arraigo de valores universales sin una buena dosis de mala leche.

Cada vez que contemplo un Belén, pienso en la muerte de todos los inocentes que acompañaron el nacimiento del nazareno, según el Nuevo Testamento. Y claro que si Herodes se manchó las manos con su sangre fue por puro fanatismo. Pero también fue fanatismo de José y de María proclamar el parentesco divino de su primogénito. Tal vez las cosas hubieran rodado de otro modo si se hubieran contentado con afirmar, como todo cristo, que su hijo era más mono que el del pesebre de al lado, sin empeñarse en que era dios hecho carne.

Por mi parte, lo que me hace enloquecer en estas fiestas son los juguetes. Y si no hay más remedio, un perfume que no sea muy fuerte. Su regalo ya lo tengo.

Se despide de usted y del año el inquilino de:
c/ El Médico de los Corderos, nº 8 (semisótano).
Puerto del Rosario
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Cartas al cartero por: Paco Santos. Mundo selfi

Cartas al cartero Mundo selfi

POR:PACO SANTOS
Mi irrenunciable amigo:
Hete aquí que el otro día, compartiendo mesa con mi hermana Cristina en un abigarrado restaurante muy recomendable (invitaba ella), me llamó la atención algo que hizo la joven de la mesa de al lado. Le acompañaba un fornido galán, de cuya actitud cariñosa y resuelta deduje que era su novio. Habiéndoles servido el camarero un costillar con chimichurri a cada uno, de pronto la moza extendió su brazo con la soltura de Gilda en la famosa escena del guante; sólo que en vez de guante mostró al extremo de su grácil miembro un teléfono móvil, en cuya pantalla tuve ocasión de reconocer, antes del fogonazo del flash, su sonrisa cinematográfica mientras posaba junto al suculento manjar que estaba a punto de meterse entre pecho y espalda. No había sitio en el encuadre más que para ella y el costillar; ni rastro del maromo.

La cosa me dio que pensar. Desde luego, no dejaba de tener su gracia que por más que el esforzado galán prodigase sus mimos, la depositaria de sus atenciones no lo considerase digno de figurar junto a su efigie en la foto que inmediatamente después debió de colgar en las redes. Pero dejando aparte las circunstancias concretas de nuestros vecinos comensales, di en reflexionar sobre el sentido de esos autorretratos instantáneos tan de moda, tan rápidamente asumidos como un gesto natural entre todos nosotros, sea cuál sea nuestra edad, nuestro sexo y nuestra posición social.

Este mundo se ha llenado de individuos que fuerzan la sonrisa, o hacen muecas imposibles, o tratan de parecer muy dignos frente a los objetivos de sus modernos dispositivos, para saturar nuestros ojos con sus primerísimos planos, como gritando: <<¡Aquí estoy yo!>>. Y nada parece tener más importancia en el momento del clic que dejar la impronta de nuestra presencia, ya sea que tras nosotros se vislumbre la pirámide de Keops o Scarlett Johansson sorprendida de incógnito en una cafetería.

Y dígame usted, mi fiel confidente, si no es ridícula la cosa. Que no lo digo por el paripé que cada cual se monta para sacarse el selfi de su vida (fenómeno que de por sí tiene su miga), sino porque precisamente cuando uno posa ante el objetivo es cuando menos es uno mismo. Nadie se parece ni un pizco a su selfi. A ver, si no, quién narices se pasea por la calle con una sonrisa de oreja a oreja, o poniendo morritos, o ladeando ligeramente la cabeza con aires de filósofo existencialista. Nadie.

Con esto de los selfis pasa como con las autobiografías: quien quiera saber algo verídico de alguien, que no lea lo que el fulano haya escrito de sí mismo, y que consulte alguna biografía no autorizada a cargo de terceros. Pues eso, que la cara la damos cuando nos la partimos día a día para no ser engullidos por el mundo, y no cuando nos ponemos a monear ante la cámara de nuestro móvil para que los internautas contemplen qué bien nos queda el casco de la bici.

 
Visualice usted mi gesto amistoso y franco, mientras se despide el inquilino de:
c/ El Médico de los Corderos, nº 8 (semisótano).
Puerto del Rosario.
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